sábado, 27 de septiembre de 2008

La Revolución

Había un pueblito en Siberia, no muy lejos del Océano, que una vez se rebeló contra Dios.

Se quejaban sus habitantes (no más de cien, dicho sea de paso) del extremo frío, la recurrente escasez de alimento y la fiereza de los pocos animales que rondaban la zona.

Ocurrió así:

El pueblo tenía un Alcalde, una especie de líder* al que recurrir cuando alguno tenía algún problema con un vecino y cosas así. Dada la infrecuencia de dichos sucesos el Alcalde se aburría mucho en la Alcaldía y tenía mucho tiempo libre, el cual dedicaba a leer los pocos libros que había en la biblioteca del pueblo y que habían sido adquiridos gracias a los viajes de Sergei Divanov, un moscovita que más de una vez había pasado por la aldea**, y que había dejado a su paso una, humilde en número, pero soberbia en calidad, biblioteca a la cual los pobladores podrían recurrir para entretenerse e instruirse. Pero Divanov no sabía que eran pocos los que sabían leer en el pueblo, es más, los únicos que sabían leer eran los miembros de la familia del Alcalde, por lo tanto eran estos los único a los que les era útil la biblioteca del Viajero.

Como iba diciendo, el Alcalde mataba el tiempo leyendo. Esta vez, sus manos tomaron 'La Rebelión de los Ángeles', de France, un libro nuevo, había sido traído por el Señor Divanov pocos días antes. A medida que pasaba las páginas y los capítulos su fe empezaba a flaquear.

Llegado a este punto es preciso aclarar que los habitantes del pueblo eran fervientes creyentes, muy devotos y píos. El padre Vladimir era el encargado de mantener esta fe siempre despierta, viva, a un nivel muy alto. Hacía más de cincuenta años que era sacerdote y sabía como llevar a cabo su tarea. En cincuenta años no había habido ni un solo ateo en la aldea, pero esto iba a cambiar pronto...

El Alcalde terminó de leer el libro con una mezcla de satisfacción, indignación, esperanza y un proyecto de revolución. Escribió un discurso y llamó a todos los pobladores a la plaza. Esto fue los que dijo:

- Señores y Señoras, acabo de terminar de leer un libro que me ha lanzado a la realidad. Compañeros, miren a su alrededor, vivimos en el medio de la nada, hemos pasado hambre muchas veces. Muchos de nosotros hemos sido atacados por fieras y el frío es inefable. ¿Y dónde está Dios? ¿Por qué nos somete a esto?
- ¡¡Blasfemo!!- gritó el padre Vladimir de entre la multitud- ¡¿Cómo se te ocurre siquiera pensar en tal barbaridad?!
- Mire a su alrededor, padre. Mire las caras de nuestros coterráneos. ¿Puede ver el sufrimiento en sus caras? ¿Puede ver el dolor? ¿Dónde está Dios? ¿Por qué nos hace esto? Compañeros y compañeras, yo, el Alcalde, desde este momento, me declaro ateo y enemigo de Dios!

Un murmullo de inquietud o quizás de aprobación, subió desde la multitud. El padre Vladimir se subió a un cajón al otro lado de la plaza e inició un improvisado contradiscurso. La multitud giró sobre sus talones para escuchar al sacerdote:

- Hijos míos, hijos de Dios, ¿harán acaso ustedes caso de este loco? Sin duda el Alcalde ha perdido la cabeza. Dios no quiere más que el bien para nosotros sus hijos. El sufrimiento en la vida mundana no es más que para disfrutar aún más del Paraíso, porque es sabido que para sentir el placer es preciso sufrir primero y por eso es que todos sufrimos en esta vida. Algunos más, otros menos, pero todos al fin.
- ¡¡Mentiras!! ¡¡Patrañas!! Dios es un incompetente, es un cruel y un sádico que se regocija viéndonos sufrir- contestó el Alcalde-. Unámonos y exijámosle que sea más benevolente con nosotros.
- ¡¡Te estás condenando!! ¡¡Y condenarás a todos los que te sigan contigo!! ¡¡¡El Infierno hallarás si continúas con esto!!- gritó furibundo el Sacerdote.
- ¿El Infierno?- replicó burlón el Alcalde- Si Dios es un incompetente más inútil es el Diablo que es su subalterno...

La discusión siguió por unos minutos más. La población seguía el debate, ora escuchaban al Alcalde ora al padre Vladimir, y ya muchos habían tomado partido.
Hasta que la voz del Alcalde creció y creció y tapó a la del Sacerdote, y solo eran su voz y los oídos del pueblo. Y la Revolución llenó el corazón de todos, viejos y jóvenes, y marcharon a la Iglesia a exigir a Dios un cambio, una caricia tras tantos golpes, amenazándolo con el ateísmo colectivo, con la rebelión pura y dura, con la destrucción de la Iglesia, de cada crucifijo, de cada rosario. Algunos hasta propusieron convertirse al paganismo, pero la idea fue rechazada por la mayoría.

Y Dios oyó las "proclamas" y temió que aquello se pudiera expandir por el resto de Rusia, y luego a toda Europa y al final a todo el mundo. Entonces encargó a Miguel que sofocara aquella rebelión y Miguel obedeció y la revuelta fue reprimida y el Alcalde fue destituido y Dios eligió al padre Vladimir para que se encargara de las tareas que llevaba a cabo el susodicho funcionario. Pero quizás aquella rebelión de aquel año 1916 fue un signo, un indicio, un presagio para Dios de lo que empezaría al año siguiente en Rusia. Quizás fue el primer bache que su dominio implacable sobre aquellos Hombres Rusos encontró en el caminó. Quizás fue el primer resbalón antes de la caída estrepitosa y avergonzante que sufrió en 1917. O quizás no.


* El cargo de Alcalde era hereditario.
** Divanov pasó tres veces por el pueblo: en 1872, en 1894 y, ya viejo, en 1916.

NOTA: cualquier coincidencia con la Primavera de Praga es mera coincidencia :)

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