viernes, 3 de octubre de 2008

Un Casco, dos Alas y una Flor - Capítulo 1

No era el día más lindo del mes. Además era Domingo. Martín observaba las grises nubes correr al encuentro de quién sabe quien sentado en su banco en la ventana. Ayer la había visto y era hermosa.

Sintió la presencia de alguien detrás de sí. Giró el taburete para investigar y su mirada se topó con la figura de un hombre alado.

- Hola Martín. Soy tu Ángel Guardián.

El muchacho quedó un poco sorprendido, pero no tanto. Él creía, así que esa aparición no le era extraña. Se preguntaba que hacía su guardia celestial ahí, corporizado:

- Ah, hola. ¿Qué puedo hacer por usted?
- Eeh... Tú creo que nada...

Hubo un silencio embarazoso que se extendió por poco tiempo. El Ángel no parecía ser muy competente, Martín rompió el silencio:

- Venga, amigo. Vamos a preparar unos mates.

Martín y el Ángel se dirigieron a la cocina, en un viaje no muy extenso. La casa del muchacho era pequeña y se diría que humilde, pero digna. El diálogo se reinició al lado del fogón:

- Entonces ¿en qué me puede ayudar usted, señor...
- Haniel para los ángeles. Usted puede llamarme Roberto, como es mortal...
- Si, no me lo recuerde. Bueno, entonces señor Roberto...
- Me he percatado de que usted anda enamorado de una...
- ¡Por favor, tiene nombre!
- ¿A si, y cuál es?
- Eh... bueno, no sé. Eso no lo sé.
- Bien.

El ambiente estaba tenso. El Ángel no parecía muy fino ni competente. Hablaba con acento arrabalero.

La caldera silbó y Martín la sacó del fuego. Puso la yerba en el mate, el agua en el termo y volvió al comedor, a su taburete junto a la ventana. Siempre en silencio. Eran las siete:

- Disculpemé, maestro. No quise ofenderlo. Yo no sabia que a usted...
- No se preocupe, amigo...
- Bien.

Las paredes estaban tristes. Sobre las chapas una garúa empezó a anunciar una tormenta. En una esquina del comedor el techo comenzó desangrarse en una gotera lentamente. Martín, que era Albañil, se levantó en silencio, siempre en silencio. Tomó un jarrito que había sobre una repisa y lo puso bajo la filtración, soltando un suspiro de resignación. El Ángel se sintió incómodo.

Martín volvió al taburete con el termo y el mate que había dejado sobre la mesa:

- Tengo un plan, amigo- dijo Roberto-. Un plan pa' que usted pueda andar con la 'nami'.
- ¿Podría usted moderar su lenguaje?- preguntó indgnado el Albañil.
- Disculpemé otra vez, por favor. La culpa... la culpa la tienen sus compañeros de la obra, sabe?
- No lo dudo...

Era verdad que los compañeros de trabajo de Martín eran malhablados. Pasaba gran parte del día con ellos, pero a él el vocabulario 'de galpón' no se le había pegado:

- Hábleme de ese plan, por favor- dijo el muchacho a su Ángel. Tomó unos mates mientras esperaba la respuesta del Guardián, que parecía meditar muy bien lo que a continuación iba a decir.
- Usted la ve seguido ¿verdad?
- Sí, todos los días, en la obra. Ella pasa a las siete rumbo a 18, y vuelve seis, seis y media, en dirección a la bahía. Y siempre va hermosa. Va a trabajar, supongo. Yo la amo.
- Bien, pero no sabe nada más de ella ¿no?
- Eeh... Bueno, no. La verdad es que no.
- Excelente. Lo voy a dejar solo un ratito.
- Está bien. ¿Me puede pasar algo?
- Yo siempre estoy solo.

El Ángel volvió a sentirse incómodo, ganó la puerta y salió a la lluvia de la tarde del Domingo Gris. Martín se quedó solo, esperando a que el Ángel Haniel... o Roberto, volviera.

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